domingo

Capirotes

Ernesto Povedilla nace a finales del 1773 en Tomelloso en el seno de una familia con amplia tradición de tontos de pueblo. Crece desenfadado, ejercitando libremente su estupidez, ajeno a las grandes hazañas que de él se esperan. Todo Tomelloso cree ver en él a su bisabuelo Don Torcuato Povedilla, nombrado Real Tonto de las Españas por Felipe V. Al saberse observado por todo el pueblo se siente presionado y en un primer momento se muestra reacio a continuar la labor de sus antepasados de manera profesional, estableciéndose como porquero. Pero su vocación resulta incontinente y durante los siguientes años ejerce de Tonto de pueblo aficionado por lo que sus convecinos no pierden la esperanza. De carácter abierto y servicial siempre está dispuesto a hacer alguna sorprendente tontería cuando es requerido para ello en la Taberna.

 Cuando tan sólo cuenta quince años un suceso causa un giro en su vida: Durante la celebración de San Martín el único cerdo de la comarca aparece asesinado en extrañas circunstancias, por lo que su secreto sueño de que algún día lo confiaran a su cuidado se desvanece. Éste hecho le motiva una grave crisis pues empieza a no ver futuro en su profesión, motivo por el cual sus sandeces se vuelven más reflexivas. Tras meses de depresión y siguiendo el consejo de su madre, decide probar fortuna haciendo carrera como tonto de pueblo. Pero los primeros contratos son irrisorios, en nada acordes con su talento. El gremio de Tontos de pueblo apenas si le consigue unas pocas actuaciones en fiestas patronales de pequeñas poblaciones. Esto no desanima a Ernesto y de esta época son destacables sus estulticias: El chaleco del tonto del pueblo, Quijada y  ¿Qué hora es?  Tonto del pueblo.
                 
Al cumplir diecisiete años recibe dos buenas noticias: Queda libre la plaza de tonto del pueblo en su localidad natal, que le es concedida a perpetuidad, y es pre seleccionado para disputar el Campeonato Nacional de Mentecatos. Pasa la primera criba sin problemas y se desplaza a Alcalá de Henares para disputar la final. Obtiene las mejores puntuaciones en los ejercicios libres donde rinde homenaje a su bisabuelo interpretando su antológico número Simpleza orgullosa, pero no consigue más que un discreto resultado en los obligatorios pues a sus pompas de baba les falta volumen. Ernesto es consciente de que ha perdido el campeonato por culpa de su inconsistente baba, por lo que exclama:

"¿Queréis pompas de baba? ¡Yo os daré las mejores que hayáis visto jamás!"

Aunque obtiene el cuarto puesto se le puede considerar el verdadero triunfador pues el célebre maestro de tontos de pueblo Augusto Valdés se fija en él y le propone entrar en su escuela de Valladolid. Ernesto acepta y es ésta una de las mejores decisiones que tomará en su vida pues, de la mano de Valdés, perfecciona su técnica hasta cotas de maestría. Licenciado Cum Laude, inicia una gira espectáculo con la que cosecha éxitos en todo el país y gana el babero de oro en siete ocasiones,  resarciéndose así de su anterior derrota.

Inexplicablemente no es seleccionado en 1802 para el Concurso Mundial de Tontos de pueblo donde España obtiene una más que discreta clasificación. Este hecho centra el interés de toda la prensa que ve en esta injusticia un claro ejemplo del despotismo con el que se gobiernan todas las instancias del país. Las desafortunadas declaraciones de Manuel Godoy: “Pero si no es más que un tonto de pueblo” contribuyeron a que el malestar se generalizara, registrándose algarabías de diversa consideración en todo el territorio nacional. Godoy, al comprobar las consecuencias de sus palabras, decidió rectificar y en un encuentro informal con la prensa se refirió a Ernesto como “El tonto del Pueblo”.

Ernesto permanece ajeno a esta polémica e inicia una gira por las colonias donde su idiotez es motivo de deleite de gobernadores, burócratas y comerciantes españoles pero resulta incomprendida por los lugareños. Al terminar su gira hace algo sorprendente: En vez de regresar a España, donde es aclamado ya como el auténtico Tonto del pueblo, inicia una serie de viajes por las colonias. Visita pequeñas aldeas donde observa a numerosos tontos de pueblo locales, conversa con ancianos venerables e imbéciles y llega incluso a adoptar como propias algunas bobadas típicas de la zona.

Con la creación de la Competición Internacional de Tontos de Pueblo. Trofeo Gedeón, se pretendía unificar el título de Tonto de Pueblo Mundial ya que este se encontraba dividido entre Ernesto y el talentoso francés Barthélemy Malraux que, tras conseguir el título de Simple de Fleurs, no dejó de ascender en el escalafón.

Es comúnmente conocida la afición que Napoleón sentía por un buen tonto de pueblo y parece demostrado que utilizó sus influencias para que el Trofeo Gedeón se disputara en suelo Francés. La competición tuvo lugar en París y fue presidida por el propio Napoleón que entendió como nadie la sutileza de las creaciones de Ernesto Povedilla. Al estar ante los dos mayores titanes de la tontería los jueces decidieron omitir los ejercicios obligatorios que por entonces se solían incluir en todas las competiciones de tontos de pueblo. Tras los primeros ejercicios de Malraux, Ernesto comprende que debe esforzarse al máximo y cuando le llega el momento de debutar, y tras unos segundos de duda, se decanta por su creación En la cola del pan. Aunque el número es uno de los más sublimes que creo nunca Povedilla, la barrera idiomática hace que algunos de los mejores giros argumentales queden deslucidos. Malraux se distancia con su más que digno Contusiones.  Ernesto ve escaparse el trofeo por lo que decide arriesgarse con una magistral improvisación, Cordones, que doblega el inicial recelo de los jueces y le vuelve a colocar como máximo aspirante a la victoria. El propio Malraux es consciente de lo difícil que se le ha puesto el título y le vence el nerviosismo en su último ejercicio: Una descompasada revisión del clásico francés En la peluquería.

Ernesto únicamente tiene que acabar su último ejercicio para ser coronado vencedor por lo que los críticos opinan que realizará un modesto número. Una vez más la crítica se equivoca con Povedilla pues sorprende a todos los presentes con un ejercicio que causa gran hilaridad: Tonto de pueblo y vaso de agua del que los jueces destacaron su simpleza conceptual y belleza plástica. El propio Napoleón entregó a Ernesto el Trofeo Gedeón y luego, excusándose ante los presentes, se retiró a sus dependencias donde ordenó a sus generales que entraran con sus tropas en España.

En 1806 tiene lugar una nueva edición del Concurso Mundial de Tontos de pueblo al que Ernesto, esta vez si, asiste como capitán del equipo nacional iniciando así el célebre periodo de hegemonía española sobre la tontería. De vuelta a España se establece en Madrid donde organiza y dirige la Real escuela de Tontos de pueblo en la que desde 1806 cursan estudios los Tontos de pueblo más aventajados del país. Pero la inactividad no va con él y pronto nombra un nuevo director para la escuela e inicia un periodo de diez años (1807-1817) en los que se dedica a ir de gira por toda Europa. Tras visitar Inglaterra, Francia y Flandes se traslada a Florencia donde el Conde Bianco-Montani le ofrece protección. Bajo el mecenazgo del conde, Povedilla crea su obra más esplendorosa e innovadora de entre la que destaca su serie urbanita: El Tonto del Pueblo en la ciudad, No me quitaré la boina o El tonto del Pueblo visita la Corte;  así como su serie de trabajos para los gremios: El tapiz del Tonto del pueblo, El pastel de Carne del tonto del pueblo y El tonto del pueblo se confiesa. Tras una disputa nunca aclarada con el Conde Bianco-Montani, vuelve a Madrid pero se desilusiona al comprobar que incluso la escuela que él fundó se encuentra anclada en una técnica anticuada. Las Navidades del 1818 reúne al claustro de profesores e intenta explicarles algunos de sus recientes descubrimientos sobre bobadas pero todo el profesorado en pleno decide echarlo de la escuela, argumentando que sus tonterías se han vuelto excesivamente estúpidas. Decepcionado y fuertemente deprimido, Ernesto Povedilla vuelve a su Tomelloso natal donde, aunque no comprenden sus, para la época, estrafalarias idioteces, le permiten reincorporarse a su plaza de Tonto del pueblo.

Un Povedilla incomprendido por su público no tarda en enfermar, contrayendo unas extrañas fiebres y, aunque consigue salvar la vida, nunca llega a recuperarse del todo. Cada vez se prodiga menos en recitales y cuando ejerce de Tonto del pueblo echa mano de viejos clásicos que, aunque siguen agradando al público, le deprimen aun más. Ernesto no entiende en que punto se ha equivocado pues él sigue creyendo que sus nuevas creaciones son la evolución lógica de la Tontería y así, incomprendido por todos, muere en Marzo de 1824. Curiosamente dos de sus últimas obras Coces y Compendio de estulticias que no llegó a ver estrenar se convirtieron treinta años más tarde en clásicos interpretados por Tontos de pueblos de toda Europa.


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